viernes, 29 de mayo de 2009

By Galatea


Lo más importante es huir de las locas. En el momento en que se sabe loca, hay que salir corriendo. No importa cuán bella, inteligente o interesante pueda ser, sólo hay que irse. No se trata de crueldad, ni de intolerancia, se trata de supervivencia. Las locas son peligrosas, necesitan, exigen más de uno que las cuerdas. Tienen un sexto sentido paranoide que las hace hipersensibles a todo lo que ocurre a su alrededor. No hay que atenderles el teléfono ni contestarles los mensajes, puede ser un arma de doble filo: si demuestras interés será más difícil deshacerte de ellas. Lo mejor que uno puede hacer con las locas es usarlas. Las locas-zorras son maravillosas, son máquinas sexuales en la cama, insaciables y, “una vez al año, no hace daño”. Las llamas, les pintas un bonito panorama y listo… Eso sí, siempre acostumbrándolas a las migajas, a lo poco e insuficiente, entonces estarán allí siempre disponibles. Las más desapegadas lo tomarán serenamente. Habrá otras que, por el contrario, dramaticen los desaires. A esas, seguramente, ya no tendrá caso buscarlas más. Lo bueno de las locas es que hay muchas y están por todas partes: en el metro, en los trabajos, en los cafés, en los bares, en los autobuses, en las calles, en los parques, en las universidades… en la vuelta de la esquina. ¿Cómo identificarlas? Muy fácil. Son perfectas, por eso son locas. Si las ves vestidas con mucho estilo, simpáticas o emitiendo algún comentario inteligente, ya se sabe que está desequilibrada mental. Las mujeres normales no son así. No es natural. Las mujeres normales van a la peluquería, se hacen las uñas, ven novelas y tienen algún oficio estúpido como ser promotora o algo por el estilo. También pueden ser contadoras, o administradoras, o relacionistas públicas, da igual (también pueden ser geólogas, sin ánimos de ofender a nadie). Son todas mujeres como Dios manda. En cambio, las locas, son otra cosa. Las locas llaman la atención de los hombres. Todos las quieren, pero nadie se atreve. Nadie se atreve porque saben, como yo, que no hay loca que se pueda dominar. Que la neurosis femenina es indomable e insaciable. Que su paranoia no conoce límites y que sus enredos se erigen como un espiral infinito desde el sótano hasta la más lejana de las estrellas. Muchos se dejan engañar por ellas. Caen en sus redes irresistibles, en sus universos desconocidos, en sus “agujeros negros”. Muchos incautos creen entender la vulnerabilidad de las locas como un trampolín para atraparlas. Pero no hay caso, ellas te pueden hacer creer que las atrapaste, pero es todo una mentira, son libres como el viento y no hay forma de doblegar sus espíritus. Entonces, si te involucras con una loca pierdes, no funcionaría nada. Cuando te das cuenta de que no la tienes y que ella lo que quiere es llevarte a un lugar parecido a su insanitud, entonces es demasiado tarde y regresar es doblemente traumático. Por eso, como ya dije, lo mejor es usarlas. Tenerlas escasamente, alimentarse de ellas. Chuparles la sangre. Y luego soltarlas por la ventana, para que se vayan volando, y que lo que quede sean unas pocas plumas regadas en el balcón y entre las sábanas… Nada que una buena aspiradora y lavadora no puedan eliminar.

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